Mis Triángulos Amorosos
Quiero compartirles una experiencia personal, relacionada a las carencias cuando se transforman en nuestra propia prisión.
Les he contado en otras oportunidades que mi gran desafío siempre fueron las relaciones de pareja. Por uno u otro motivo, me envolvía en triángulos amorosos, me enamoraba de "chicos malos" o me fijaba en hombres que no estaban disponibles (ya sea emocionalmente disponibles o literalmente disponibles).
Para que tengan una idea de lo que les hablo, he estado en relaciones desde los 12 años. En aquel tiempo tuve mi primer novio y me di mi primer beso. Él tenía 16, era de los "repitientes" del último año (no se graduó) y se puede decir que lo que más me atraía de él era su aire desenfadado y rebelde. Duramos 4 meses juntos (toda una eternidad para la época en la que mis amigas duraban unas dos semanas con sus novios), bastante felices (creía yo), hasta que se interesó por una amiga mía. Para hacerles el cuento corto, terminó conmigo por ella, y luego quiso volver conmigo. En aquel momento fui capaz de poner un límite y dije que no.
La historia del triángulo amoroso se me repitió a los 14, luego a los 17, a los 20, a los 23, a los 26, a los 29, a los 32... ¿Notan el patrón? Repetición de la historia de 3... De 3 en 3 años. Yo me tardé en notarlo y decidirme a trabajarlo en profundidad. Tuve que tocar fondo... Varias veces.

Acompañando el patrón del triángulo amoroso, existían algunos síntomas
1. La dependencia. Y es que parece que entre más difícil se volvía la historia, la relación, el vínculo, mis emociones, más me enviciaba con la otra persona, ya no importaba si me hacía mal, si mi autoestima se iba al suelo. Era como si estar con esa persona me aliviaba de cierta forma, aunque después solo me trajera más dolor.
2. La inestabilidad. A lo largo de estas relaciones me sentía como si no tuviera piso. Muy insegura, desconfiada. Los celos eran el pan de cada día. Sentía mucha rabia y lloraba mucho. La sensación que tenía era que si no estaba con la persona, estaba en el vacío. Necesitaba del otro para sostenerme, y cuando no era así, me desmoronaba.
3. Los juegos de poder. Al sentirme tan expuesta y vulnerable, mi defensa era construirme una coraza que me sostuviera en el medio de tanto torbellino emocional. La sensualidad fue el mejor escudo que encontré, y llegué a utilizar ese poder para manipular al otro, o sentirme superior a quien consideraba "mi competencia". Vengarme.
Ya no se trataba de amor, menos de amor propio, se trataba de ganar. ¿Ganar qué? Atención, afecto, un lugar en el corazón de alguien... Un lugar que no había podido construir por mi misma: mi seguridad.
Años de terapia, reconocer mis sombras, abrazar mis carencias, practicar el autocuidado y aprender a estar sola, han sido los espacios que me han apoyado a rescatarme. Nutrir mis amistades, descubrir mis intereses propios, quién soy y no quién quiere el otro que sea, también han sido claves que me han ayudado a construir un lugar sólido en el cual puedo sostenerme cada vez más. Aprender a disfrutar de la leveza en las relaciones, permitir que me gusten personas distintas y no sólo un tipo de hombre, comprender que la profundidad no tiene por qué ser intensa todo el tiempo, que también puede ser calma y que los arquetipos nos apoyan a conocernos, pero que luego hay que trascenderlos (para que no se vuelvan un patrón que atrapa), han sido aprendizajes que me han llevado a relacionarme de otra forma. Más consciente, más presente, con más placer.
Atravesar el infierno emocional no ha sido fácil, pero quién diría que tocar mis heridas hasta el fondo sería necesario para poder apoyar a otras personas a transitar estos caminos, y que acompañar a esas personas sería mi propio camino.
Todo lo que buscamos desenfrenadamente en el otro, habla de algo muy profundo que nos faltó. Podemos dárnoslo, pero es necesario mirar. Mirar atentamente, por el tiempo que sea necesario, aunque duela, y dejando a un lado la compulsividad de "sanar", si siquiera saber lo que eso significa. En lugar de querer curarnos a toda costa, vamos a permitirnos navegar en otra dirección. Conocernos más allá de nuestros patrones y rescatar las partes de nosotr@s que quedaron fragmentados.
Y que desde ese lugar de paciencia, podamos gestar nuevamente la semilla que haga florecer nuestro corazón.
Love,
Y.